Suponemos que quienes ocupan las posiciones públicas de nuestro país y que manejan o invierten los recursos de la nación son líderes. Pero el ritmo de la condición en que se sumerge el pueblo y la incertidumbre en cuanto a poder despejar las tinieblas que se posan sobre el porvenir dan una clara muestra de que ocupar posiciones publicas no es lo mismo a ser un líder o tener vocación de liderazgo que promueva verdaderos cambios en nuestras comunidades.
La verdadera tragedia de un pueblo no es la falta de recursos financieros que lo obligue a tomar prestado o a extraer los pocos recursos de los ciudadanos, la verdadera tragedia es carecer de un liderazgo de servicio.
Pensando en esto, quisiera invitar a los lectores a compartir la siguiente reflexión acerca de por qué no son líderes la mayoría de nuestros representantes públicos.
1. Porque las dolencias del pueblo no son las dolencias de quienes actualmente le representan.
La cultura política de nuestros dirigentes es precisamente no sufrir lo que sufre el pueblo, lo que establece un abismo insondable entre un pueblo que agoniza en los límites de la sobrevivencia, los riesgos y las carencias y unos dirigentes en el tope de la abundancia ajenos al sentir y el disentir de la gente.
El hombre o la mujer con verdadera vocación de liderazgo están conectados con las dolencias del pueblo. Él o ella es parte del pueblo, conoce al pueblo y entiende sus verdaderas necesidades, no porque le han sido informadas, sino porque el líder mismo como parte de la comunidad las ha visto. El verdadero líder comunitario no busca resolver sus problemas personales mientras el pueblo permanece en el mismo estado de dolor y estancamiento. El líder verdadero mide el éxito no por el progreso personal, ni por la promoción de su figura, el verdadero líder mide su éxito por el avance general del pueblo ante el cual es responsable de servir.
Es claro, entonces, que un líder no puede pensar que su condición está primero a la del bienestar general, quien lo hace da clara evidencia de que no posee verdadero toque del liderazgo.
2.- En segundo lugar, no son verdadero lideres la mayoría de nuestros dirigentes, porque los sacrificios a los que someten el pueblo son imposiciones y no la imitación de un modelo de conducta visto en sus dirigentes.
Es imposible progresar sin someternos a difíciles decisiones sacrificiales. Esto está claro en la mente de una persona con verdadera vocación de liderazgo. Pero sucede que en la práctica, la mayoría de nuestros dirigentes públicos actúan de manera contraria a estas ideas. Lo primero que se interpreta es que la posición a la que ha llegado es para que termine con cualquier exigencia de esfuerzo o sacrificio.
El espíritu que domina a nuestros dirigentes es que están en esas posiciones para promoverse en una vida fácil y placentera. Una persona del pueblo, todo un barrio o la comunidad completa afronta una necesidad apremiante, pero en la mente de un representante publico sin vocación de liderazgo de servicio esta necesidad no es lo suficientemente significativa como para renunciar a algún entretenimiento, ocio o placer insignificante, ajeno a su responsabilidad ente el pueblo y a quién pertenecen los recursos que utiliza en sus costosos pasatiempos.
El líder real es un modelo de vida sacrificial y de esfuerzo en la promoción del bien común. Así, cuando llega el momento de exigir al pueblo elevar su nivel de sacrificio, el pueblo sabe que todos estamos montados en la misma barca, pero cuando el pueblo puede ver con claridad que su sacrificio es inútil, que sólo ayuda para hundirlo más en la sobrevivencia y para alejar más a otros en la abundancia injusta, el pueblo se desalienta, desaliento siempre peligroso y detonador de reacciones impredecibles.
El pueblo está dispuesto aceptar los sacrificios del progreso, siempre y cuando, sean por imitación a la conducta de sus líderes.
3. No son líderes la mayoría de nuestros dirigentes porque su visión está limitada a su ámbito personal y no al ámbito del pueblo.
El verdadero líder está apasionado con una visión que está relacionado con el pueblo, entiende que el pueblo no es una de sus clases sociales, ve el pueblo como un todo. El líder que no tiene un visión de servicio para la esfera en la que tiene la responsabilidad, deber y privilegio de trabajar será un buen consumidor de recursos y un mal solucionador de problemas que a amenacen y detengan el bienestar de su comunidad.
No tenernos que ir demasiado lejos en nuestra reflexión para darnos cuenta de que las tinieblas de la avaricia, el orgullo, la búsqueda de los intereses personales y otros vicios, obstaculizan la visión amplia para una labor significativa en nuestros pueblos y comunidades.
El camino que nos resta, como sana reacción, es ser lo suficientemente valientes para comenzar a rogar a nuestro Dios por un liderazgo de servicio en todas las instituciones de nuestro país y ser lo suficientemente valientes para ejemplificar en nuestras propias vidas una actitud de compromiso con lo que promueve el bien de toda la comunidad. Es así como podemos empujar el liderazgo ególatra de la mayoría de nuestros representantes públicos y promover un liderazgo de verdadero servicio al pueblo.
El camino que nos resta, como sana reacción, es ser lo suficientemente valientes para comenzar a rogar a nuestro Dios por un liderazgo de servicio en todas las instituciones de nuestro país y ser lo suficientemente valientes para ejemplificar en nuestras propias vidas una actitud de compromiso con lo que promueve el bien de toda la comunidad. Es así como podemos empujar el liderazgo ególatra de la mayoría de nuestros representantes públicos y promover un liderazgo de verdadero servicio al pueblo.
El escritor es pastor: Pedro Marrero Castillo (Amaury), Monte Llano, Puerto Plata
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